Las postales que nos enviábamos

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– ¿Te acuerdas?
– No, ¿yo te envié una postal? ¿Por qué?
– Pues porque aquellos tiempos molaban.

¿Te acuerdas? De todas aquellas veces que día tras día bajábamos corriendo al buzón esperando aquella postal que nunca llegaba.

 

 

Aquel trozo de cartón arrugado cargado de historias de viaje. Aunque, seguramente, si aquella postal hablara podría contarnos las suyas propias, como por qué tenía una esquina comida, o media letra corrida. Y el día menos pensado, llegaba. Pero no la leías de pie, no, esos dos minutos escasos se saboreaban sentados. A solas, en aquella habitación cuya pared guardaba aquellas otras batallitas en Nepal, la India, Hong Kong, un fin de semana en Londres, o aquella excursión del colegio a León. No importaba el destino, aunque sí el matasellos.

También el gusto de su remitente. Y aquí, novios y ex novios del mundo, por fin conoceréis para qué queríamos una caja. La caja. Otro trozo de cartón de tamaño medio donde guardar las menos agraciadas; a aquel chico que nuestra amiga había conocido en sus vacaciones y que “ella creía que a él también le gustaba”, aunque en el momento que la tenías en tus manos ya sabías que aquella historia acabó en drama y que, de haberlo sabido antes, quizá te hubieras mudado a Wisconsin antes de que ella llegara. Las postales crearon el concepto “spoiler”.

La actualidad llegaba con meses de retraso, para entonces tú ya conocías con pelos y señales cómo había sido aquel viaje. Y eso si llegaban, porque gracias al excelente servicio de correos uno siempre se podía escudar en el clásico “¿Cómo? ¿Aún no te ha llegado? Pues estará al caer”. Algo así:

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Sí, si la hubieran enviado. Porque una postal no podía entregarse en mano, perdía su esencia, su historia, su viaje, su matasellos. Y eso era la postal, una colección del mundo, y cuanto más lejos más valiosa era. Aunque siempre había el típico amigo que decidía meterla en un sobre porque “no había privacidad”. Y el cartero preocupado, ¿lo habrá pasado bien el chaval? Lo que nos llevaba a tener que conservar también aquel sobre putrefacto para darle validez.

Con las postales hemos vivido los viajes a través de los ojos de los demás. En mi caso he conocido a otras personas, de Ruanda y Egipto, con el clásico penfriend que te daban en el colegio (¿Por qué habrán dejado de hacerlo?); a nuevos bloggers, como a Imanes de viaje, quienes me enviaron su trocito de Jerusalén; he acompañado a mi amiga Rakel durante su año recorriendo Asia; he ayudado a descubrir Barcelona a un ex alcohólico que conocí en la isla de Skye, Escocia (sí, cosas raras que hago en mis viajes); tengo guardada una colección de trenes de besos de mi abuela; me he inspirado en mis próximos viajes; he corroborado que hay amigos con muy mal gusto y, sobre todo, todavía sigo bajando al buzón con ilusión. vivasex

Pero esta nostalgia de hoy no va por aquellas postales que recibíamos, no va porque en nuestros buzones ya no llegan historias, sino facturas. Ni va por el hecho de que las cartas parecen haberse muerto a manos de los ordenadores. No. Va por aquellas que nosotros mismos enviábamos. ¿Podrías recordar qué decían?

Porque mientras tu caja está llena de historias ajenas, en algún lugar del mundo descansan las tuyas. Como esta postal que mi amigo Hugo encontró ayer en su cajón (él no debía de tener caja). Mi viaje a Budapest de 2007 del que apenas recordaba aquellas primeras impresiones, como que los húngaros “son muy bordes y secos, hemos hecho pocos amigos”. Cómo lo iba a recordar, si al final resultó que eran majos.

 

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Y desde entonces, como si no tuviera más cosas qué hacer, en “preocupaciones del primer mundo” me muero de curiosidad por saber cómo serían mis viajes a través de las postales. Porque la verdadera historia no está en la visión global que nos llevamos, sino en aquellas pequeñas impresiones que hemos olvidado, o cambiado. Aunque a veces duelan.

No dejemos que la magia de las postales se acabe nunca.

Periodista digital especializada en viajes

4 Comments

  1. No puedo estar más de acuerdo contigo, Laura, y tus magníficas reflexiones sobre el maravilloso mundo de las postales. Por desgracia, lenta pero inexorablemente, van desapareciendo de nuestros buzones en aras de otro tipo de comunicaciones más instantáneas como un whatsapp, un sms o un correo electrónico. Una auténtica pena porque en cada postal iba un trocito de nuestra alma, de nuestro corazón. Nuestras primeras impresiones sobre un lugar que para nosotros era mágico, y con aquel trocito de papel cartón que llevaba (lleva) una bonita ilustración de ese lugar, trasladábamos la magia y el sentimiento que nos evocaba hasta su destinatario, convirtiéndole en cómplice de nuestro viaje. Yo todavía tengo esa «arcaica» manía de escribir postales cuando viajo por ahí fuera y mi madre es testigo de ello porque guarda una caja bastante grande con todas -casi todas, porque alguna se ha perdido por el camino- las que le he ido enviando a lo largo del tiempo. Un tesoro para ella.
    A mi también me encanta viajar y lo hago siempre que puedo y el trabajo lo permite. Hace apenas tres meses comencé un humilde y sencillo blog de viajes en el que puse un enlace al tuyo. Espero que no te importe. Un sincero saludo desde Madrid.

  2. Hola José Manuel,

    Pues conozco tu blog, bienvenido al mundo blogger, espero que lo disfrutes tanto como yo 🙂 Muchas gracias por tu aportación. Me ha parecido un comentario precioso. Tienes toda la razón, con las nuevas tecnologías se ha perdido parte de la magia de esos viajes, de esperar las noticias en un trocito de cartón. No obstante, creo que aún quedamos muchos nostálgicos y enamorados de las postales que podremos seguir manteniendo esa tradición vive. Saber que hay alguien que las guarda con el mismo amor que las enviaste es increíble; y leerse años después es genial. No dejemos que se terminen nunca, aunque también es cierto que cada vez llegan con más dificultad. Las últimas que me han enviado aún no han llegado. Yo aquí sigo esperando, como una boba jajaja…

    Un abrazo y mucha suerte con el blog. Ahora mismo te guardo entre mis amigo.

    ¡Gracias!

  3. Qué gran verdad, casi ya no recibimos nada salvo facturas y algún que otro catálogo… Yo, como J.Manuel sigo escribiendo postales a mi familia y amigos, aunque sé que en muchos casos llegarán después de que lo haya hecho yo.

    Un abrazo,

  4. Gracias Leticia por tu competario 🙂 Menos mal que aún quedamos algunos romáticos del papel. No concibo un viaje sin tener que buscar como locos un post office y sin tener que luchar por hacerle entender al del mostrador que es para España XD A mi la última que me han enviado desde China no me llegó, debe de estar extraviada por el camino 🙁

    Un abrazo!

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