10 cosas que El Principito nos enseñó sobre el mundo

El Principito

El Principito
Esto puede que no te guste, porque tú amas a El Principito. Y los que no, fingen que también. Porque siempre queda bien decirlo. Pero reconócelo, la primera vez que tuvimos El Principito en nuestras manos, te guste o no, todos hemos deseado quemarlo. Sí, haz memoria, no entendías nada. No sabías qué hacía un niño, que en realidad era hombre pequeño, solo, hablando con una flor. Ni por qué su mejor amigo, o mejor dicho su único amigo, era un zorro.

¿Y dónde estaba su familia? “Es que era huérfano”. No mamá, huérfano no, era el único superviviente de un apocalipsis que, en vez de preocuparse, iba dando lecciones de vida. Lecciones que, vuelve a hacer memoria, tú no entendías. Como tampoco veías más que un sombrero, hasta que él lo explicó. Era un listillo.

Y lo sentenciamos a muerte, lo redimimos a aquella balda de la estantería con esas otras “lecturas obligatorias, muy rollo, de las que ni siquiera tenemos muy claro de qué iban”. Y es que alguien debería de explicarles a nuestras madres, y profesores, que Exupéry bromeaba, que El Principito no era para niños; pero que estuvieran tranquilas. Aquella obra entonces infravalorada a los 7-8 años, acabaría convirtiéndose, unos años más tarde, en nuestra biblia del viajero. Sólo era cuestión de tiempo.

Hemos tardado una adolescencia en darnos cuenta, mirándolo de reojo ¿y si seguíamos sin entenderlo bien? Pero entonces todo cambió, nos enamoramos y, un buen día, ya todos quisimos ser él (Y teletransportarnos de un planeta a otro).

El Principito

Él estableció las bases de nuestros viajes

"Conozco un planeta en el que vive un señor muy colorado. Nunca ha olido una flor. Nunca ha contemplado una estrella. Nunca ha amado a nadie. Nunca ha hecho otra cosa que sumas. Se pasa el día diciendo, como tú: "¡Soy un hombre serio! ¡Soy un hombre serio!", lo que le hace hincharse de orgullo. Pero eso no es un hombre, ¡es un hongo!."

Nosotros nunca hemos querido ser serios, ni hongos. No quisimos quedarnos contando estrellas, encendiendo y apagando farolas, o esperando a que un viajero nos contase cómo era el país para cartografiarlo. No. Nosotros queríamos ser ese viajero. Y en ello estamos.

"Derecho hacia adelante no se puede ir muy lejos".

Y nos empeñamos en salirnos del camino. Por eso nuestro entorno aún no entiende qué se te perdió en África, sufre cuando nombras cualquier país de Oriente Próximo, ni se sabe el por qué estás tan obsesionado con entrar en Corea del Norte.

"Se debe pedir a cada cual, lo que está a su alcance realizar".

No, no le pidas a un africano que te sirva deprisa, o a un asiático que tu plato no lleve picante.

"Sí- dijo el zorro- Para mí no eres todavía más que un muchachito semejante a cien mil muchachitos. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro semejante a cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos la necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo...".

Como cuando llegas solo a un hostel y no sabes muy bien a quién acoplarte. ¿El ruso que a las 10 de la mañana ya va por su quinto cubata? ¿El judío de la cara tatuada? ¿La china que pasa desapercibida? ¿O qué tal la americana del «OMG» a grito pelado? Y al final en una noche de alegría acabas domesticándolos a todos.

Cada uno de ellos se convertirá en el representante de su respectivo país y pasará a ser «mi amigo el de Moscú. Parecía un poco loco, aunque lo pasamos bien aquella noche. No me acuerdo de nada, pero estuvo bien. ¡Mira! Justo me está escribiendo ahora. Que viene a España. ¡Ah! que se queda en nuestra casa». Sí, ese.

"Sólo se conocen las cosas que se domestican - dijo el zorro- Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Compran cosas hechas a los mercaderes. Pero como no existen mercaderes de amigos, los hombres ya no tienen amigos. Si quieres un amigo, ¡domestícame!"

Y así es como nos obsesionamos por los locales. Por sus historias, por conocer una parte de su vida. Por contarles la nuestra, por crear un lazo. Y entonces, el destino ya no son sus montañas, esas playas, ni aquel restaurante. El destino es Joachim, Mike, Antonia… personas con cara y nombre que recordamos cada vez que vemos las fotos de nuestro viaje (en solitario, porque después de todo ya hemos asumido que a nadie le importan). Aunque a ti eso te da igual y siempre acabas soltando un: “ah pues espera, que te pasó el contacto de Juaco que vive allí”. Los viajeros, como los periodistas, valen extra por sus contactos.

"No persiguen absolutamente nada -dijo el guardaagujas- Ahí adentro duermen o bostezan. Sólo los niños aplastan sus narices contra los vidrios".

Pero los viajeros somos un poco niños. Por eso pasamos el interminable viaje en autobús de lujo (ese que no tiene ni ventanas) a la noche, por ese sentimiento absurdo de culpa por echar una cabezadita y perdernos el paisaje. Bueno, por eso y por el ahorro de tiempo y hostal, aunque te despiertes como si llevaras tres días en una rave.

"El principito se sorprendió. El planeta era minúsculo. ¿Sobre qué podía reinar el rey?"

Vaya, nos suena. El poder está en todas partes, incluso sin súbditos ni espectadores sobre quien ordenar. También que si no sales nunca de tu diminuto planeta, jamás saldrás de tu diminuta rutina. Tampoco verás más allá de lo familiar, ni te plantearás cuestiones que quizá desconocías que existían. Si no sales nunca de tu diminuto planeta, puedes pasarte la vida contando estrellas, o reinando en una casa vacía.

"A veces tenemos que aguantar a las orugas si queremos disfrutar de las mariposas"


Las interminables horas en la oficina, el trekking del infierno hasta la cima, las 14 horas de autobús local por caminos llenos de baches, las largas esperas en el aeropuerto… Esas orugas tan molestas tienen su recompensa.

El Principito

Nuestra silla gira constantemente en busca de puestas de sol.

Las puestas de sol son un bien universal.

"He aquí mi secreto, que no puede ser más simple : sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos".

Cada país es único, diferente. Deja los prejuicios en casa, o tíralos directamente a la basura.

El Principito cambió nuestra forma de ver el mundo. Y luego desapareció, como desaparecen muchos de los viajeros que nos cruzamos por el camino. Cada uno de ellos nos regala su historia, nos dejan huella; como lo hizo el Principito. Y aunque una mañana ya no estén, ninguno de ellos cae en el olvido. Algunas noches, cuando el cielo está despejado, desde alguna de las estrellas se les oye reír.

Si aún no habéis leído El Principito, en este vídeo de poesía recitada puedes dejar que te lo cuenten.

Periodista digital especializada en viajes

6 Comments

  1. Me ha encantado!!! Gracias por recordarnos todos esos fragmentos que yo tenía totalmente olvidados. Tengo que buscar ese libro cuando vuelva Asturias y espero que no este aún en la estantería de «lecturas obligatorias, muy rollo» jejjeje A ver si me lo vuelvo a leer 😉

    Un abrazo

  2. Te puedes creer que nunca he leído el Principito!? Lo tengo pendiente, lo sé, y más ahora que veo todo lo que me he perdido (10 cosas, para ser exactos! ;))

  3. Muchas gracias por comentar chicos. Gracia, ¡sácalo de ahí ya! jajajaja yo desde entonces no me he separado de él, el pobre ha viajado tanto que está que se deshace. De hecho, cuando llegué a Barcelona mis amigos me lo regalaron en catalán. Aunque lo confieso, no llegué a leerlo en este idioma XD Debería de retomarlo.

    Ameseros, os lo recomiendo totalmente. Os va a encantar 🙂

    Un besin chicos!

  4. …en nada se diferenciaba de otros cien mil zorros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.
    Me encanta!!!

  5. Que bien recuperar este post antiguo en twitter, así he tenido la oportunidad de leerlo. Porque realmente vale la pena hacerlo, me ha encantado.

    Saludos!

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