Diario filipino: Sabang y Puerto Princesa

sabang, Filipinas

Sabang, Filipinas
Después de El Nido, el paraíso situado justo al norte de Palawan (una de las islas más extraordinarias de las que hemos visitado en Filipinas) pusimos rumbo a Sabang, cuyo río subterráneo está considerado como una de las siete maravillas naturales. No es que este título no se lo merezca, el río en sí, al parecer, es uno de los subterráneos más largos de Asia y el interior de la cueva es precioso. Sin embargo, a nuestro parecer (sobre todo para las valencianas María y Rocío) éste estaba sobrevalorado. Quizá no es lo más impresionante que hemos visto nunca, aunque si estás en esta isla la parada es prácticamente obligada.


Para poder visitarlas tuvimos que reservar cita justo al aterrizar en Puerto Princesa. A pocos kilómetros hay una oficina montada de «aquella manera» en la que te apuntan en una lista de espera, te dan cita, y ya por adelantado pagas unos 200 pesos. Hasta allí nos llevaron los mismos con quienes contratamos una furgoneta para viajar hasta El Nido. La reserva de esta excursión es mejor hacerla nada más llegar a la isla, ya que sino puede que el día que quieras visitarla no tengas plaza. Esto no es del todo así, ya que también hemos conocido a unos chicos de Girona que, aunque tenían reserva, cuando llegaron el mismo día les dijeron que estaba al completo. Y esto es otro claro ejemplo de lo que les gusta a los filipinos los protocolos y lo mal que hacen las cosas. En fin, ellos quieren firmar papeles, aunque luego cuelen a otros turistas y se salten a la torera sus propias listas.

Cueva Sabang, Filipinas
De hecho, la oficina para sacar las entradas o para contratar el bote que te lleva hasta el río es otro chiringuito más. Sin orden, ni control de reservas ni nada. La excursión en sí es bastante graciosa. Para empezar, una vez que estás allí, antes de subir al bote para entrar a la cueva, te equipan con un casco de obrero y un chaleco salvavidas reflectante (éste les encanta). Y, al que se sienta en la proa, en este caso a Anna, le dan el papel de tener que llevar la linterna, ya que la cueva es bastante profunda y oscura. Lo que ella no sabía, y nosotras tampoco, es que los bichos (una especie de arañas voladoras y mosquitos) iban todos hacia la luz, motivo por el que todas deseábamos que se acabara el recorrido cuanto antes.

Una vez dentro había rocas con distintas formas, incluso al fondo había una especie de Belén de piedra que, según el guía, fue creado por los propios filipinos. Asimismo, el techo de toda la cueva estaba repleto de pequeños murciélagos marrones, algunos dormían, otros nos sobrevolaban bastante cerca. No obstante, nuestro único pánico eran aquellas arañas voladoras; en los exteriores, en cambio, lo que nos encontramos son un montón de monos, que se pueden ver tanto a la entrada como a la salida de las cuevas.

Mono de Sabang, Filipinas
De Sabang, el pueblo de las cuevas, a Puerto Princesa hay unas tres horas en coche. Tres horas que, para nosotras, se convirtieron en cuatro y media y que supuso nuestro máximo momento de estrés del viaje. Para mi, ahí ya había terminado todo. El chico que nos llevaba, mientras estábamos en la cueva, se dedicó a tomarse unas cervezas, por lo que cuando subimos a la furgoneta, ya casi de noche, toda ésta olía alcohol. Éste aceleraba en las curvas, por aquel camino boscoso en el que no había más que animales y vegetación; y se cambiaba de carril cuando le antojaba. Mira que los filipinos conducen mal pero como aquel, ninguno. Le gritamos para que bajase la velocidad, pues algunas estaban incluso mareadas, pero nada. El chico, no sólo seguía acelerando sino que, cuando Irene le preguntó si estaba bien, se nos puso a llorar y a decir que necesitaba beber. El espectáculo acaba de comenzar. Imagínate perdido en medio de la nada, en una carretera sin civilización con un loco al volante. Le rogamos que parase con la excusa de que necesitábamos vomitar. Ahí discutimos quién se pondría al volante. Rocío se ofreció voluntaria, aunque aquel hombre no estaba dispuesto a ceder su sitio. Y, aunque por aquel oscuro paraje no parecía haber nadie, tuvimos la suerte de encontrarnos a un local a quien le contamos lo que estaba pasando. Nuestro conductor insistía en no estar borracho y enseñaba constantemente su licencia entre llantos.

Cueva de Sabang, Filipinas
Al parecer, Irene que era la más calmada de todas y la única que se preocupó por su caso, el chico tenía problemas familiares (además de mentales, eso está claro). Finalmente, nos prometió llevarnos hasta Puerto Princesa despacio y mirando a la carretera (hasta entonces estaba conduciendo medio tumbado). Cuatro horas y media después llegamos al pueblo. Aquí nuestra idea era alojarnos en Banwa, un hostel de madera con muchísimo encanto recomendado por TripAdvisor y la Lonely Planet. Por desgracia estaba todo completo, aunque nuestra alternativa estaba igual de bien. Nos quedamos en la Matutina, un hostel muy bien decorado, limpio, amplio y con jardines donde encontramos habitación para las 9. Lo mejor era su cuarto de baño, el más moderno e impoluto que hemos visto en todo el viaje.  Al llegar, nuestro problemático chófer nos bajó las maletas mientras no paraba de pedir perdón por su bochornosa conducta.

Era nuestra última noche juntas, aunque lo que no sabíamos era que el avión que teníamos a la una de la tarde del día siguiente con Cebu Pacific saldría con seis horas de retraso, provocando así que las chicas de Londres perdieran el primero de sus vuelos. Fue un día de mucho estrés. Aunque, por suerte, ahora lo recordamos con gracia y con cariño (a la compañía aérea no, que no se querían hacer responsable de todos aquellos turistas que, con menos suerte que mis amigas, perdieron sus vuelos de regreso y se quedaron en tierra, sin hotel ni explicaciones). El resto que quedábamos nos volvimos a Manila, a disfrutar de nuestra última noche antes de volver a España en el Best Western Antel Spa Hotel Suites, un hotel de «lujo» en Makati City, una de las mejores zonas de la capital en donde, por fin, sí vimos a turistas. No obstante, a pesar de tantos viajes, algunos improvisados, a Manila, todas seguimos odiándola como el primer día. No tiene nada que ver con el resto del país, que es maravilloso.

Periodista digital especializada en viajes

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