Islandia en 300 palabras

65° 0′ 0″ N, 8° 0′ 0″ W

 

Me compré una Moleskine. Guías, mapas, lo típico, pero también una Moleskine. Caprichito tonto, aunque al fin y al cabo Islandia era un destino con el que llevaba tiempo soñando y merecía un espacio adecuado donde dejar constancia de todo lo que me iba a pasar. Salí de Barcelona y volví diez días después, con la cabeza llena de nombres de cascadas, glaciares, volcanes… y la Moleskine vacía.

Islandia no se puede escribir. Ni siquiera las fotos le hacen justicia a un reino de contrastes, a una amalgama de paisajes espectaculares, que mezclan verde con desierto volcánico. Un país entregado al agua, en forma de mares, ríos, géisers, baños, piscinas y cascadas. Naturaleza espectacular y virgen, virgen sobre todo de peajes, vallas, cobros, chiringuitos, controles, aglomeraciones y esperas. Un país amable y cómodo, pese a su complicado clima.  Islandia no se puede escribir, pero voy a intentarlo.

 

Por ejemplo, hablando de un día en el que empiezas haciendo snorkel en aguas a cuatro grados, sigues con una sesión de espeleología en las entrañas del Parque Nacional de Thingvellir, te relajas al ritmo de las erupciones de Strokkur, el géiser más eficaz del planeta, contemplas un doble arco iris en el regazo de la impresionante cascada de Gulfoss y terminas en el pueblecito de Hveragerdi, cenando cordero regado con Viking mientras intentas descifrar el modesto castellano del dueño del restaurante.

Así es nuestro primer día en Islandia y sólo por 24 horas tan intensas, diferentes y bonitas merece la pena el viaje. Pero quedan nueve jornadas más para seguir descubriendo maravillas, para recorrer en círculo la isla que en verano nunca duerme, la isla que te hará amar incluso los viajes en coche.

Nunca podrás olvidar las carreteras del sur, totalmente desiertas, bautizadas Mordor por nosotros mientras vamos de Vík hasta Höfn, 300 kilómetros de desolador paisaje volcánico que impresiona, especialmente, por la presencia inevitable del gran glaciar: Vatnajökull. Una fenomenal llanura, con piedras y musgo yríos de agua recién derretida que van a buscar el Atlántico. Que nadie se confíe con la gasolina, que nadie busque un restaurante, pero sobre todo que nadie se salte un atardecer aquí… Islandia un masaje para los sentidos. Islandia es una tierra bendecida. Y lo mejor de todo es que no se puede escribir, hay que ir a verla…

Relato finalista en el concurso «Diez años viajando juntos» de la revista Viajes de la National Geographic.

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