Viajar debe de ser esto

Grand Canyon, Pai

No intentes controlar absolutamente nada

Pai Circus Hostel
Pai Circus Hostel

Os escribo desde el bar de un complejo eco friendly y un poco hipppie de Pai, un pequeño pueblo al norte de Tailandia cerca de Chiang Mai. Un lugar en el que aún no he pegado ojo debido a que la cabaña está abierta en su parte inferior y no hacen más que entrar arañas. De hecho, ahora mismo puedo ver una justo enfrente de mí. ¡Qué alguien me mate!

Pai está lleno de hostels, podía haber escogido otro como donde me he estado quedando todo este tiempo. Con cortinillas en la cama, sábanas blancas y, bueno, alguna que otra pulga. Todo ello por unos 3-5 euros la noche. Este en realidad es algo más caro: 5,45. Pues, aunque para ti esos 45 céntimos no sean nada, en un viaje largo son más que necesarios. Los añades a la comida, con 50 más ya tienes un plato, o a un botellín de agua: 19 céntimos de euro.

La razón por la que estoy aquí, sin ni siquiera antes haber oído sobre su existencia, es que Pai es el lugar perfecto para desconectar. Para buscar unos días de retiro y, bueno, en mi caso con mi aracnofobia, también de sufrimiento. Cuando comencé el viaje tenía muchos miedos. Uno de ellos era estar sola. Más bien, sentirme sola. El próximo domingo haré un mes y aunque he deseado estarlo en algunos momentos, sobre todo la última semana, he de decir que no hubo un día en el que no tuviera compañía. Todo el mundo se acerca a hablarte, a proponerte planes y, si estás mal, a sacarte una sonrisa.

Monjes budistas
Nos invitaron a conocer una ceremonia budista por dentro. Estos niños se iban a la India al día siguiente para convertirse en monjes

Otro de mis grandes miedos era si lograría entenderme con los locales, si me timarían o si acabaría perdida en cualquier lugar sin más ayuda que mi intuición. Y bueno, no puedo decir que no haya pasado. Comunicarse con los locales es complicado. Yo no hablo muy bien inglés y ellos tampoco. De momento, no hablar el mismo idioma no ha sido un problema, aunque en muchos momentos me desesperase. En Ao Nang, una pequeña localidad situada al sur del país, en Krabi, pensé en tirar la toalla. Llevaba más de media hora perdida, cargada con las mochilas, hacía un calor infernal y ya había parado a 13 personas, tanto locales como extranjeros. Nada, ninguno de ellos supo ayudarme. Cuando estuve a punto de tirarme al suelo a morir una tailandesa se me acercó y, aunque tampoco éramos capaces de entendernos, me cogió el mapa, se lo enseñó a su novio y me señaló la moto mientras creo que me dijo “él te lleva, que está muy lejos”. Ese fue mi primer viaje en moto gratis con un desconocido, aunque no el único. Los tailandeses, cuando te ven en apuros, siempre están dispuestos a ayudarte. Sobre todo las mujeres, pues ahora que lo pienso las tres veces que me han ofrecido acercarme a algún sitio siempre han sido ellas las que, sin entenderme pero con una sonrisa, me han invitado a subir.

Alquilamos una moto para recorrer Ayutthaya
Alquilamos una moto para recorrer Ayutthaya

Tailandia no es un país especialmente fácil pues, aunque es el top de los mochileros, cuenta con infraestructuras y no es peligroso, incluso aunque te veas perdido en medio de la nada durante la noche, cada paso que das hay que contrastarlo mínimo 5 veces. Su gente es quien hace que el viaje sea agradable. También el resto de viajeros. Personas que te vas encontrando en los hostels y con quienes acabarás compartiendo un trozo de tu tiempo. Jamás me olvidaré del primer grupo que hice. Fue en Koh Phi Phi, uno de los lugares más mágicos de mi viaje. En la cola del ferry me pegué a un italiano que había conocido en el hostel la noche anterior con la esperanza de no acabar sola. Pues bien, en un viaje todos son bienvenidos a cualquier grupo de jóvenes que están viajando, así que antes de subir tuve la suerte de que se nos acercó, por primera vez en mi viaje, alguien que hablaba español (inciso, no hay tantos españoles viajando por Tailandia como esperaba. Igual es porque no es temporada). En realidad él era un inglés de Londres cuya madre era catalana y tenía la suerte de ser bilingüe. Tanto su aspecto como su forma de hablar se parecían tanto a mi amigo Raúl que durante los 4 días que pasé con él – nos alojamos en el mismo hostel y formamos la misma cuadrilla de amigos – tuve la sensación de estar con una persona a la que conocía de toda la vida.

Aquellos días fueron un gran hermano en el que todo, excepto ir al baño (también he pasado muchos ratos sentada en él), lo hacíamos juntos. Un alemán, un indio, un francés, un inglés y yo (la mayor del grupo, como siempre. No, en serio, ¡no hay mucha gente mayor de 30 años!). Estábamos tan unidos que la despedida fue tan traumática como cuando les dije adiós a mis amigos de Barcelona. La diferencia es que de esta gente no sabía absolutamente nada. El indio, incluso, me regaló un pareo de elefantes que yo quería comprarme días atrás para que «no te olvides nunca de mí».

Me habían dicho que en los viajes cuando tienes una conexión fuerte con alguien las personas siempre hacen por encontrarse. Esta semana uno de ellos me ha llamado para decirme que se viene al norte, que me vaya preparando que vamos a quemar los bares. No sabéis lo feliz que me ha hecho esa llamada.

Mis primeros amigos del viaje: Pier, Arun, Carlos y Lucas
Mis primeros amigos del viaje: Pier, Arun, Carlos y Lucas

El debate más frecuente entre los viajeros con los que me he encontrado es si lo que estamos viviendo es o no real. Lo tiene que ser, pues forma parte de nuestras vidas pero, ¿es normal vivir en un estado de felicidad constante, de amor hacia gente que no conoces y de bienestar? Esta semana he tenido la desgracia de experimentar uno de los peores momentos de mi vida, sobre todo estando tan lejos. Algo que ni siquiera estaba dentro de mis miedos: Mi abuela, una de las personas a las que más quiero y siempre querré, ingresó de urgencia. Una bofetada inesperada de realidad que me hicieron darme cuenta de que, efectivamente, la vida no era tan bonita. 8 años esperando vivir algo así y mi comienzo siempre estará marcado por la muerte de mi «güelita». Estuve cuatro días mirando billetes como loca para volver a España. Sin embargo, la distancia y el precio de un billete de un día para otro hicieron que tuviera que esperar al sábado. Cuando le di al botón de comprar, la página no reconocía mi tarjeta, así que se lo tuve que pedir a mi padre. Cuando él abrió su portátil para ayudarme, mi abuela ya no estaba.

No soy muy creyente pero por si Buda podía hacer algo ¬¬
No soy muy creyente pero por si Buda podía hacer algo ¬¬

Hoy hace justo una semana que hablé con ella por última vez y, a pesar de mi escasa memoria, me acuerdo perfectamente de nuestra conversación: “No te vayas a enamorar de un tailandés, a ver si no te vemos más”. Y no, no nos volveremos a ver más. ¡Qué difícil es estar sola para llorar a gusto, coño! Doy las gracias a mi familia, por el enorme apoyo que me han dado incluso en el momento más duro para ellos. Pues, aunque me vine con la sensación de que nadie estaba entendiendo mi sueño, mi madre me ha demostrado que no solo lo entiende, sino que lo apoya completamente. También a toda la gente que me ha acompañado estos horribles días y que no han querido dejarme sola, aunque yo lo estuviera deseando. En especial a Cristina, una amiga de mi hermana con la que me encontré en Koh Tao y que ha evitado que me quedase aislada en una cabaña para llorar el resto de mi vida, tal y como yo tenía planeado. ¡Gracias!

Grand Canyon, Pai

Los viajes deben de ser esto. Una mezcla de buenas experiencias, de felicidad absoluta, pero también de momentos duros que no se pueden controlar. Esta realidad quizá sea diferente, pero también forma parte de la vida. Ahora, cada vez que pienso en mi abuela y la chapa que les metía a las enfermeras con que ella tenía una nieta “viajando por Asia para hacer reportajes”, me da más fuerzas para continuar. La vida sigue, mi viaje también. Y, aunque han sido días muy malos (me ha costado mucho escribir esto y ni siquiera he tenido el valor de contárselo a muchos amigos para evitar los mensajes pésame) este viaje es lo mejor que me ha pasado nunca. Mañana volveré a Chiang Mai para retomar lo que empecé con tanta ilusión.

Hay Tokis por todo Tailandia, echo muchos de menos al mío
Hay Tokis por todo Tailandia, echo muchos de menos al mío

Lo siento, tenía que desahogarme. En las próximas entradas hablaré de los increíbles lugares que he conocido.

Periodista digital especializada en viajes

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  1. Hola guapa, vaya, hace mil que no pasaba por aquí, he entrado a mirar qué tal te iba el viaje y me encuentro con este post. Me he quedado sin palabras. Es un post muy bonito y seguro que tu abuelita se ha ido contenta viendo que su nieta ha tenido la valentía de luchar por hacer lo que más le gusta.

    Los viajes son como la vida misma, están llenas de alegrías y penas, pero esa es su gracia, sino todo sería muy monótono y no sentiríamos tantas emociones.

    Te mando un beso enorme, espero que te encuentres mejor y que sigas disfrutando del viaje 🙂

    MUAK!

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