Diario filipino: Malapascua

Malapascua, Filipinas

 

Malapascua, Filipinas

Si existe el paraíso, entonces éste se llama Malapascua, una pequeña isla al noreste de Cebú a la que únicamente se puede acceder en barco. Y ahí es justamente donde comienza nuestra aventura, en la llegada.

Para ir desde Banahue a Malapascua hay que coger un autobús de 9 horas que llega hasta Manila, una vez ahí pillar un avión con Cebu Pacific hasta Cebú y, desde allí, otro autobús de 5 horas hasta Maya, donde salen los barcos hacia Malapascua. Nuestro viaje, en total, contando el tiempo muerto en el aeropuerto, fueron 29 horas.

 

Autobús de Cebú a Maya

El bus de Cebú a Maya es el más peculiar de todos. Para empezar, además del conductor, en él también viajan dos chicos jóvenes que van todo el rato apoyados en las puertas abiertas gritando la ruta del bus. Durante todo el recorrido no hay marquesinas, por lo que cualquiera que levante la mano por el arcén con intención de subirse, el autobús para. Normalmente los arcenes están llenos de gente, ya que la vida de los filipinos (casas, tiendas, etc.) están al borde de la carretera. Pocos sitios cuentan con hileras de casas en segunda o doble fila.

Otra característica de estos autobuses es que, al igual que en el metro suben a tocar, aquí los vendedores ambulantes suben a vender (cacahuetes, plátanos, etc.) Estos autobuses ya eran algo distintos a los de Manila y el norte de Filipinas, ya no son de los americanos, aunque las furgonetas que utilizan en su lugar han intentado maquearlas de igual manera.

 

barco a Malapascua

Llegamos a Maya a las 11:30 de la noche, después de haber pasado la noche anterior en un bus. Nuestra idea era hacer noche aquí para coger un barco a la mañana siguiente y llegar pronto a la isla, aunque para nuestra sorpresa sólo había un hostel y estaba al completo (sólo quedaba un sofá).

Otro hombre se ofreció a llevarnos a la isla en su barco. El precio era de unos 3.000 pesos (55 euros). Negociamos con él mientras íbamos caminando hacia el bote (con 5 filipinos más pidiendonos el número de móvil) sin ver más que lo que dos linternas alumbraban. Y, mientras discutíamos sobre lo que todos aquellos hombres podían hacer con nosotras, nos subimos. Al final el precio era de 2.000, aunque una vez en altamar, mientras el bote nos acercaba al caramarán de madera con el que navegaríamos, los chicos dijeron que debíamos pagar más para tocar tierra. Reconocemos que estábamos histéricas, ya que nos encontrábamos en mitad de la nada y lo único que se veía en la oscuridad eran las estrellas y el faro de Malapascua a lo lejos. En esta zona, además, según habíamos leído en Internet, había piratas, aunque en aquel momento teníamos casi más miedo a aquel harén de hombres que nos acompañaban.

Al final, después de un viaje lleno de olas, y de haber sido timadas con el precio (2.500 pesos) llegamos a tierra.

 

cabañas Malapascua

Tampoco había muchas habitaciones libres, ya que era muy tarde. Así que acabamos hacinadas en, posiblemente, la cabaña más cutre en la que he estado en mi vida. Para empezar la presidía una araña del tamaño de una estrella de mar. ¡Enorme! Por suerte, la mañana siguiente nos mudamos a otras cabañas limpias y sin mucha fauna.

Y, ahí, empezamos a enamorarnos de Malapascua. Una isla de arena blanca y agua turquesa habitada por unas 2.000 personas que viven en pequeñas chozas de madera rodeadas de gallos, perros, gatos y cerditos. Un pueblo con calles de tierra en donde todo el mundo te saluda, sonríe y te ayuda a encontrarte cuando te pierdes por sus calles de tierra puestas al tuntún. Además, aquí la gente se defiende bastante bien en inglés.

La isla se puede recorrer por el interior y llegar a la otra costa en sólo hora y media andando. Por el pueblo hay puestecitos de fruta fresca, agua y comida. Si decides rodearla por la costa, entonces lo que te encuentras es con un montón de catamaranes de madera hechos a mano y manejados por unos locales encapuchados. Estos dan un poco de miedo, ya que llevan un saco en la cabeza (como Tomás el de El Orfanato) y te saludan a lo lejos. Lo hacen para que no les de el sol en la cara, aunque tienen que estar muertos de calor.

 

Malapascua

La principal actividad de la isla para los turistas es el buceo. Existen varios centros, aunque nosotras, dado que Rakel tiene aquí un amigo que es instructor, optamos por el Exotic Dive Resort. No es muy caro, unos 1.400 por inmersión (unos 25 euros). Ahora mismo hay un montón de españoles estudiando para Dive Master, ya que es el único centro que ofrece los cursos en español. Muchos de ellos llevan aquí meses, como Rubi, que por 1.000 pesos (20 euros) al mes vive en un chalecito a pie de playa con jardín privado. ¡Una pasada! Y yo me pregunto, ¿qué hago en Barcelona? 🙁

La mejor de todas las inmersiones ha sido, sin lugar a duda, la de las 4 de la mañana, ya que en ella se puede ver como los tiburones suben hasta los 25 metros de la superficie a las áreas de limpieza, por lo que tuvimos la oportunidad de bucear en Malapascua entre los thresher sharks, el tiburón típico de aquí (en castellano el tiburón zorro), a sólo unos metros.
Si habéis visto la película de Los Espantariburones, habréis visto cómo es su lavado matutino, que suben muy cerca de la superficie para que otros pececillos más pequeños los limpien. Esto es exactamente igual que en los dibujos.

 

Submarinismo en Malapascua

Son una pasada, en serio, pero es que te miran de reojo con esos ojitos que dan ganas de comérselos (ellos, por el contrario sólo comen peces, así que sólo se acercan a inspeccionarte). Los hay de distintos tamaños, aunque normalmente son de unos 3 metros, ya que su cola es de metro y medio. Y, aunque las mantas no son tan frecuentes, ese mismo día tuvimos la oportunidad de ver una de tamaño medio (no sabría decir cuánto medía).

El ruido diurno de la isla es el canto de los gallos, pues se pasan todo el día comunicándose entre ellos. Quizá es porque intuyen que van a morir. Filipinas es uno de los países asiáticos con más afición por las peleas de gallos. Paseando por el pueblo, cuando ves un circulo humano todo emocionado, entonces es que están viendo una de estas peleas. En ellas, como era de esperar, el perdedor muere y es servido en el plato como cena.

 

Malapascua

Lo que más asusta es que todos ellos están subidos a palos en medio de las estrechas calles, por lo que uno siempre va con miedo de chocar con ellos durante la noche.

La banda sonora nocturna, por el contrario, es Lady Gaga, Rihanna, o cualquier cantante de moda en occidente. Es bastante curioso, algunas casas no son más que chabolas de madera en las que no hay ni baño, pero la mayoría cuentan con móviles, televisiones de los años 80 y cadenas musicales. Los altavoces, los más grandes. Y, a veces, hasta cuentan con luces discotequeras para sus fiestas. Hay varias cabañas karaoke, pues les encanta; y los sábados hay verbena. Esta es una de las fiestas más graciosas que he visto nunca. Se hace en una cancha de baloncesto que hay al lado de una iglesia. Aquí se monta la pista de baile, en donde incluso hay momento para las lentas y los lugareños sacan a sus chicas a bailar. A ésta no le falta de nada: luces, bola de discoteca, portera para cobrar la entrada, etc. En sus exteriores, 4 bares donde tomarse una cerveza a 30 céntimos de euro, o un ron por poco más. Es la calle de fiesta, donde se aparcan las motos y los jóvenes hacen botellón.

 

Malapascua

Asimismo, las iglesias, cuyos nombres están en español, parecen más un pub de pueblo, con batería, guitarras eléctricas y pantallas con el videoclip de Miley Cirus, que un lugar de culto. La pastora, que era una mujer, nos invitó a entrar y a quedarnos con ellos mientras soltaban las escasas palabras que conocen en español.

El resto de la semana las fiestas se hacen en las casas. Durante la noche no se ve ni una luz, aunque se escucha música de todas partes y, a pesar de que ésta está al máximo, aquí nadie se queja por nada.

Malapascua

Está claro que 4 días es muy poco para disfrutar de esta isla. Un paraíso como el que todos tenemos en nuestra cabeza y en el que tendría lo suficiente para quedarme aquí a vivir.

Periodista digital especializada en viajes

7 Comments

  1. Pffff… se me ocurren muchos insultos, ¡qué mala es la envidia! :p

    En Barcelona, para hacerlo aún peor, vivimos casi bajo cero estos días ò_Ó

    Qué malrollero el Tomás ese, ¿no? Oye, ¿estáis haciendo fotos subacuáticas?

  2. Sii tenemos fotos de los tiburones y de la manta 😀 las tiene Rakel en su cámara. Es genial! Al próximo tienes que venirte 😉 que te iba a encantar. Menos mal que no estoy en Barcelona porque muero!!! Muaaakk

  3. Me encanta!!! quiero volver!!! Un pequeño inciso, Rubi es instructor 😉 no guía!!! Además es de las personas más apasionadas por el buceo q conozco y lleva unos 15 años en el mundillo!!!! Las chicas estaban encantadas con él como instructor.
    A mi el buceo me pareció extraordinario y barato comparado con lo que pagamos en Europa y lo que vemos 🙂 apuntar (para aquellos q quieran visitar la isla) q en abril es temporada de Hammerhead sharks y Mantas!!!

    Malapascua es una isla encantadora, dónde predominan los locales por encima de los turistas y todavía no esta muy explotada… espero q eso no cambie!! Por ahora es mi primera elección para sacarme el Divemaster! Vendréis de visita no?! Muaaaakiss

  4. Laura! Acabo de hacer un viaje fugaz a Filipinas leyendo cada uno de los blogs . . . muchas gracias :)! Estas echa una artista 😉 Un besito

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