A favor de las vacaciones en casa de tus padres

Gratis, con la mesa puesta y el plato caliente

VIÑETA

Hay una cosa que los que estamos fuera no podemos evitar, y es ese momento en el que toca volver a casa. Las razones pueden ser múltiples: querer ver a los amigos, querer ver a los amigos y… espera, ¡estamos hablando de lo mismo! Vale, querer ver a los amigos, la Navidad, un culin de sidra sin que te claven, comer algo más que pasta y los funerales (toquemos madera). Pero dejemos este último motivo a un lado, ya que la vuelta es aún más dramática. Bueno, la Navidad también. Digamos que nos quedamos con el punto comer bien y gratis, porque tus padres, sin entender muy bien cómo sobrevives en la gran ciudad, jamás te dejarán sacar la cartera. Tu insistirás “no, invito yo”, pero sabes perfectamente que no tienes un céntimo y tu cuenta está en números negativos. En realidad por eso has vuelto a casa, para ahorrar la comida de la semana. Eres un cutre.

Y, aunque al segundo día desearías no haber nacido nunca, amenazarás con irte para no volver (a pesar de que ni siquiera hagas el amago de levantarte del sofá), y tu vida carecerá de sentido (nunca la tiene en realidad), lo bonito de la familia es que pasados los siete, ocho, quince días, incluso te dará pena marchar. Al contrario que tus padres, quienes han visto alterada su paz y tranquilidad cotidiana con tu presencia: “¿No tenías muchas cosas que hacer por Barcelona?”, “Bah, lo bueno es que al ser freelance también las puedo hacer desde aquí”, “¿fri qué?”, “No sabéis a lo que me dedico, ¿verdad?”, “Ni idea”.

Por eso, si eres freelance (no daré mucho la lata con esto, ya que entiendo que aquí hay gente con una vida), sabes que trabajar desde casa de tus padres es imposible. “Hija, pero si yo no te molesto nada, ¿quieres que te fría un huevín?”. Y así cada cinco dos minutos. Creo que he enviado artículos con un “no quiero nada, gracias” en cada párrafo. Quizá por eso aún no me han pagado.

Lo mejor de gastar tus vacaciones con tus padres (o parte de ellas) es que:

  • Tendrás una dieta variada, que no equilibrada. ¡No puedes estar todo el día comiendo chorizo! Eso sí, se acabó la pasta para comer, cenar, desayunar, merendar, etc. Comida buena, de la de mamá: fabada, lentejas (aunque sea en pleno agosto), croquetas, patatas rellenas, escalopines al cabrales… Nunca volverás a pasar hambre, la nevera estará siempre llena.
  • Cuántos más familiares visites, más dinero acumularás para pagar las deudas a tu regreso: Abuelas, abuelos, tios, tias, familiares lejanos que no sabes muy bien quiénes son: “Por dios, suélteme, no le conozco de nada. ¡Yo sólo barro la escalera!”… Y siempre acompañado del paripé de “No, abuela, no me des nada” y para el bolso.
  • Toda tu ropa estará limpia, la blanca volverá a ser blanca, estará mucho más suave y llegará misteriosamente planchada al cajón (¡planchada!). Magia.  Igual que vivirás en armonía con una casa ordenada, impoluta y agradable. Exactamente igual que en la tuya.
  • Es invertir en confort. Vacaciones en una vida acomodada que creías que tú también construirías cuando fueras adulto pero no, que va. Nunca lo conseguirás. Por eso, amenazas como “Estamos pensando en vender la casa para irnos a un apartamento más pequeño” son un auténtico drama. “No, por favor. Y, ¿qué pasará conmigo cuando os muráis? ¡No me quedará nada! Seré una indigente (llantos, muchos llantos)”. Al menos, aunque tu vida vaya a peor, saber que tienes un hogar al que volver en alguna parte ayuda.
  • No harás nada, porque estas de «visita» (y porque en el fondo nunca sabrás hacerlo tan bien como tu madre y eso, por suerte, le desespera).

Para los que viváis en la misma ciudad que vuestros padres deciros que estos puntos anteriores no es tener mucho morro, ni tiene nada que ver con no ¿madurar? En realidad, según un estudio realizado por mí y medio inventado, 9 de cada 10 treintañeros que vuelven unos días a casa de sus padres después de meses en la lejanía se convierten, inevitablemente, en adolescentes de nuevo. El 1 que falta es porque no tiene familia. Pero todo tiene un precio, que no es poco.

  • «¿De dónde vienes?», «¿A dónde vas?»
  • No vengas tarde, hija, que hay mucho loco suelto”
  • Llamadas intempestivas. “¿Dónde estás? ¿Y tienes en qué volver? ¡Va tu padre a buscarte!
  • “¿Y quién es ese tal Paco? ¿Lo conocemos? Lo ves mucho, ¿no?” (en realidad no, mamá, ¡creo que no le gusto! Llanto, drama, llanto, sonido de angustia, abrazo de mamá).
  • Domingos de resaca aguantando a familiares y poniendo buena cara. En vez de hibernar hasta el lunes, como sería lo habitual.
  • «Creo que duermes demasiado».
  • «En esta casa hay unas normas. Esto no es un hotel».
  • «¿Qué querrás cenar la semana que viene?» (Se llama obsesión).
  • «¿Te frío un huevín? ¿Qué quieres de postre?»
  • «Llévate una chaquetina, que luego refresca».
  • «No comes nada, así te estás quedando (aunque sobre lorza por todos los lados)».
  • Bla bla bla (sin tomar aire).

La mejor parte es cuando las vacaciones familiares son fuera de casa. “Tu padre y yo nos vamos unos días a Italia”, “¡Qué bien, me apunto!”. Viaje por la face. Súmale todo lo anterior, pero en la Toscana. Y es que, si hace unos años no queríamos ni encontrarnos a nuestros padres por la calle, ahora incluso lo deseamos. Sobre todo cuando éstos son más animados que muchos de nuestros amigos. Todavía no hemos llegado al límite de salir de fiesta con ellos, pero porque no quieren. «¿No crees que la niña bebe demasiado, Kike?».

Y es que las vacaciones en casa de papá y mamá son un clásico que, para los que estamos fuera, no podemos evitar. Aunque pensándolo bien, tampoco están tan mal, oye. Eso sí, huye pronto, 8 de cada 7 médicos consideran que estar mucho tiempo con la familia puede ser perjudicial para tu salud, por muy majos que creas que son. ¡No te olvides de los tuppers!

Periodista digital especializada en viajes

3 Comments

  1. Genial, me recuerda cuando estaba en la Universidad y me iba unos días a casita de los «viejos».
    Leyendo dos cosas me surgen: Una, me dieron unas ganas terribles de comer un huevín frito…y la otra: ¿Quién es Paco?.

  2. jajajaja Gracias, Edgardo XD El huevín frito veo que es un clásico en todas las culturas y países 🙂 jajajaja Paco es… el imbécil random XD

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